- El cuerpo blanco del atardecer
Se desgarra y se vuelve escarlata,
Tajeado y drenado y desecado
Hasta volverse carmesí,
Y cuelga irónicamente
Con guirnaldas de niebla.
Y el viento
Soplando sobre Londres desde Flandes
Tiene un gusto agrio.
Es éste un Blog que intentará reunir una gran parte de los poemas de valía mundial. Tarea difícil será, pero la haremos: mejor dicho, intentaremos hacerlo. José G. Martínez Fernández.
Heme aquí ante todos un hombre de buen sentido Que conoce de la vida y de la muerte lo que un ser viviente puede conocer Que ha probado las penas y los goces del amor Que ha sabido imponer algunas veces sus ideas Conocedor de varios idiomas Y ha viajado lo suficiente Que ha visto la guerra en la artillería y en la infantería Herido en la cabeza trepanado bajo el cloroformo Que ha perdido a sus mejores amigos en la espantosa lucha Sé de lo antiguo y de lo nuevo cuando un hombre solo podría saber de ambos Y sin inquietarme hoy en día por esta guerra Entre nosotros y para nosotros amigos míos Juzgo esta larga disputa entre la tradición y la invención Entre el Orden y la Aventura Vosotros cuya boca fue hecha a imagen de la de Dios Boca que es el orden mismo Sed indulgentes cuando nos comparéis Con los que fueron la perfección del orden A nosotros que sobre todo buscamos donde fuere la aventura No somos vuestros enemigos Queremos daros vastos y extraños dominios Donde el misterio en flor se ofrece a quien quiere cogerlo Hay allí nuevos fuegos de colores nunca vistos Mil imponderables fantasmas A los que es preciso dar realidad Queremos explorar la bondad comarca enorme donde todo calla Existe también el tiempo que podemos expulsar o hacer que regrese Piedad para nosotros los que siempre combatimos en las fronteras De lo ilimitado y lo porvenir Piedad para nuestros errores piedad por nuestros pecados He aquí que llega el estío de la estación violenta Y mi juventud ha muerto al igual que la primavera Oh Sol es el tiempo de la Razón ardiente Y espero Para seguirla siempre la forma noble y dulce Que ella toma con el fin que sólo yo la ame Ella viene y me atrae como el imán al hierro Tiene el encantador aspecto De una adorable pelirroja Sus cabellos se diría que son de oro Un bello relámpago que dura O estas llamas que se pavonean En las rosas-té que se marchitan Pero burlaos burlaos de mí Hombres de todas partes sobre todo los de aquí Pues no hay tantas cosas que no me atrevo a deciros Tantas cosas que no me dejaríais decir Tened piedad de mí
Estas pobres canciones que te consagro, En mi mente han nacido por un milagro. Desnudas de las galas que presta el arte, Mi voluntad en ellas no tiene parte: Yo no sé resistirlas ni suscitarlas; Yo ni aun sé comprenderlas al formularlas; Y es en mí su lamento, sentido y grave, Natural como el trino que lanza el ave. Santas inspiraciones que tú me envías, Puedo decir, esposa, que no son mías: Pensamiento y palabra de ti recibo; Tú en silencio las dictas; yo las escribo. Desde que abandonaste nuestra morada, De la mortal escoria purificada, Transformado está el fondo del alma mía, Y voces oigo en ella que antes no oía. Todo cuanto, en la tierra y el mar y el viento, Tiene matiz, aroma, forma o acento, De mi ánimo abatido turba la calma Y en canción se convierte dentro del alma. Y es que, en estas tinieblas donde me pierdo, Todo está confundido con tu recuerdo: ¡Sin él, todo es silencio, sombra y vacío En la tierra y el viento y el mar bravío! Revueltos peñascales, áspera breña Donde salta el torrente de peña en peña; Corrientes bullidoras del claro río; Religiosos murmullos del bosque umbrío; Tórtola que en sus frondas unes tus quejas Al calmante zumbido de las abejas; Águila que levantas el corvo vuelo Por el azul espacio que cubre el cielo; Golondrina que emigras cuando el Octubre, Con sus pálidas hojas el suelo cubre, Y al amor de tu nido tornas ligera Cuando esparce sus flores la primavera; Aura mansa que llevas, en vuelo tardo, Efluvios de azucena, jazmín y nardo; Brisas que en el desierto sois mensajeras De los tiernos amores de las palmeras ( ¡De las pobres palmeras que, separadas, Se miran silenciosas y enamoradas!); Pardas nieblas del valle, nieves del monte, Cambiantes y vislumbres del horizonte; Tempestad que bramando con ronco acento Tus cabellos de lluvia tiendes al viento; Solitaria ensenada, restinga ignota Donde oculta su nido la gaviota; Olas embravecidas que pone a raya Con sus rubias arenas la corva playa; Grutas donde repiten con sordo acento Sus querellas y halagos la mar y el viento; Velas desconocidas que en lontananza Pasáis como los sueños de la esperanza; Nebuloso horizonte, tras cuyo velo Sus límites confunden la mar y el cielo; Rayo de sol poniente que te abres paso Por los rotos celajes del triste ocaso; Melancólico rayo de blanca luna Reflejado en la cresta de escueta duna; Negra noche que dejas de monte a monte Granizado de estrellas el horizonte; Lamento misterioso de la campana Que en la nocturna sombra suena lejana, Pidiendo por ciudades y por desiertos La oración de los vivos para los muertos; Plegaria que te elevas entre la nube Del incienso que en ondas al cielo sube Cuando al Señor dirigen himnos fervientes Santos anacoretas y penitentes: Catedrales ruinosas, mudas y muertas, Cuyas góticas naves hallo desiertas, Cuyas leves agujas, al cielo alzadas, Parecen oraciones petrificadas; Torres donde, por cima de la veleta Que a merced de los vientos se agita inquieta, Señalando regiones que nadie ha visto Tiende inmóvil sus brazos la fe de Cristo: Luces, sombras, murmullos, flores, espumas, Transparentes neblinas, espesas brumas, Valles, montes, abismos, tormentas, mares, Auras, brisas, aromas, nidos y altares, Vosotros en el fondo del alma mía Despertáis siempre un eco de poesía: Y es que siempre a vosotros encuentro unido El recuerdo doliente del bien perdido. Sin él, ¿qué es la grandeza, qué es el tesoro De la tierra y el viento y el mar sonoro? Ya lo ves: las canciones que te consagro, En mi mente han nacido por un milagro. Nada en ellas es mío, todo es don tuyo: Por eso a ti, de hinojos, las restituyo. ¡Pobres hojas caídas de la arboleda, Sin su verdor el alma desnuda queda! Pero no, que aun te deben mis desventuras Otras más delicadas, otras más puras: Canciones que, por miedo de profanarlas, En el alma conservo sin pronunciarlas; Recuerdos de las horas que, embelesado, En nuestro pobre albergue pasé a tu lado, Cuando al alma y al cuerpo daban pujanza Juventud y cariño, fe y esperanza; Cuando, lejos del mundo parlero y vano, Íbamos por la vida mano con mano; Cuando, húmedos los ojos, juntas las palmas, En una se fundían nuestras dos almas: Canciones silenciosas que el alma hieren; Canciones que en mí nacen y que en mí mueren; ¡Hechizadas canciones, con cuyo encanto A mis áridos ojos se agolpa el llanto! Y aun a veces aplacan mis amarguras Otras más misteriosas, otras más puras: Canciones sin palabra, sin pensamiento, Vagas emanaciones del sentimiento; Silencioso gemido de amor y pena Que, en el fondo del pecho, callado suena; Aspiración confusa qué, en vivo anhelo, Ya es canción, ya plegaria que sube al cielo; Inquietudes del alma, de amor herida; Vagos presentimientos de la otra vida; Éxtasis de la mente que a Dios se lanza; Luminosos destellos de la esperanza; Voces que me aseguran que podré verte Cuando al mundo mis ojos cierre la muerte: ¡Canciones que, por santas, no tienen nombres En la lengua grosera que hablan los hombres! Ésas son las que endulzan mi amargo duelo; Ésas son las que el alma llaman al cielo; Ésas de mi esperanza fijan el polo, ¡Y ésas son las que guardo para mí solo! |